lunes, 28 de julio de 2008

El Mercado mudo




Acabo de terminar de leer Ebano, de Richard Kapuscinski. El periodista polaco recoge en esta obrar sus escritos sobre Africa, durante practicamente medio siglo. Es apasionante. Sobre todo para quien quiera entender parte de lo que esta pasando. Y en relación con los temas económicos, que es de lo que pretende ir este blog, suscita más de una pregunta, más de una reflexión.


Por ejemplo, uno siempre ha pensado que el mercado, el lugar donde los hombres hacen llegar sus bienes y servicios para intercambiarlos era una forma de comunicación. Y se encuentra en esta obra con el Mercado Mudo, propio también de fenicios, de los indígenas americanos, etc, pero quizás nunca tan bien descrito como en la obra del polaco:


En esta parte de África, entre los hombres del Sáhara y las sedentarias tribus del Sahel y de la sabana, existió durante siglos un intercambio de mercancías que se conoce por el nombre de comercio mudo. Los hombres del Sáhara proporcionaban sal y a cambio recibían oro.
Esa sal (un producto buscado y precioso, sobre todo en el trópico) la traían sobre la cabeza los esclavos negros de los tuaregs y de los árabes, desde el interior del Sáhara seguramente hasta las orillas del río Níger, donde se llevaba a cabo toda la transacción:
«Cuando los negros alcanzan las aguas del río», relata Alvise da Cada Mosto, un mercader veneciano del siglo XV, «cada uno de ellos hace un montículo con la sal que ha traído y lo marca, tras lo cual se alejan todos de la ordenada fila de esos montículos, retrocediendo a una distancia de medio día, en la misma dirección de donde han venido. Entonces llegan unos hombres de otra tribu negra, hombres que nunca enseñan nada a nadie y con nadie hablan: llegan a bordo de grandes barcas, seguramente desde alguna isla, desembarcan en la orilla y, al ver la sal, colocan junto a cada montículo una cantidad de oro, tras lo cual se marchan, dejando la sal y el oro. Una vez se han ido, regresan los que han traído la sal y si consideran suficiente la cantidad de oro, se lo llevan, dejando la sal; si no, dejan sin tocar la sal y el oro, y vuelven a marcharse. Entonces los otros vienen de nuevo y se llevan la sal de aquellos montículos junto a los cuales no hay oro; junto a otros, si lo consideran justo, dejan más oro o no se llevan la sal. Comercian precisamente de esta manera, sin verse las caras y sin hablar unos con otros. Tal cosa dura ya desde hace mucho tiempo, y aunque todo el asunto parece inverosímil, os aseguro que es verdad.»
(gracias por volcarlo)


Lo cierto es que poca comunicación parece haber aquí. Y sin embargo sin palabras, sin comunicación corporal, sin prcaticamente nada si existe un hilo de comunicación en esos movimientos de mercancías, en esas idas y venidas. Un hilo frágil y débil de comunicación, pero más que suficiente. Sobre todo si tenemos en cuenta que la relación entre los unos y los otros, entre los nómadas norteafricanos y los sedentarios negros no era buena, como suele suceder. Y que la alternativa a este kabuki mercantilista no era otro que la guerra y la esclavitud (no deja de darme la risa que los afroamericanos asumiesen una pretendida identidad islámica como contraposición al protestantismo de sus antiguos amos blancos, olvidando el relevante papel de los árabes en dicha lacra).


En todo caso, lo dicho. Mejor un comercio mudo que la voz de las armas.

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